La palmera
Muere súbitamente muerte. Yo soy esa palmera
rodeada de montes, azotada por vientos
y por inclementes soles, perseguida por las
pacientes aguas subterráneas que pudren mis
raíces, poseído por el cierzo del invierno y por la
soledad del pájaro que alimento de dátiles:
por la vida que alimento y elevo claramente
en el abra del denso monte, la vida se sostiene,
se sostiene el deseo que alimenta la muerte,
muere pues, súbitamente y álzame, álzame
hacia lo intocado, incorrupto que ignora
el tiempo dentro del cual vida y muerte
se procrean y laudan. Muere súbitamente muerte.
En un claror de espasmos, el amor, muere
súbitamente y se lleva conmigo los restos
del naufragio: muere súbitamente y llévate la
vida que me diste, los ojos que pusiste
a mis manos, las manos que pusiste a mis ojos
y que huecos están desde que tú, profecía,
muerte, poesía que embriagaste con el
ácido zumo de la vida ausente estás, ausente:
aquí puso la boca todo abismo bajo las alas
del verano que me esposó al recuerdo
de la carne, cercanía desnuda, ensombrecida,
bestia hambrienta de muerte. Muere pues,
súbitamente, muerte: el aire es más azul,
cuando convulso, el aire transparente
me suspende en sus aires y soy todo cenizas.