Desamor correspondido




Uno no elige de quien enamorarse. Sucede.

Se revela como un hecho consumado.Una sentencia incuestionable que simplemente se acepta, sin tretas ni sobornos posibles.

Enamorarse es un milagro y a la vez un castigo.
Un destierro sin consentimiento.
Una condena atada a nuestro talón de Aquiles que nos obliga a dar pasitos cortos por el confuso camino de la esperanza. Con nuestro amor unilateral anudado como un pañuelo y una ramita de ruda en el zapato, en un peregrinaje hacia ningún lado que no sea a su lado.

Silenciosas plegarias se adueñan del descanso.
Pactos invisibles con el santo romance, promesas que distraen a los presentimientos.
Hechizos para que el corazón no nos sea esquivo.

Aprendemos a subsistir con las miguitas de pan de la ilusión y un manojo de razones sin razón.
Nos llenamos de viento y de estrellas.
De guirnaldas.
De canción de cuna y príncipes sin espadas.
Cascabeles en los pies, corcheas en la palma de la mano.


La necesidad abierta como una herida que no sangra pero reclama.
Un pedido de clemencia y justicia interior: "que alguna vez nos salga bien".
Y cruzar los dedos sobre la espalda para que se cumpla.

Porque si hay algo más difícil que el amor, es el desamor.
El desahuciado retorno de manos vacías y sed en la garganta.
Los eternos puntos suspensivos y la escena final sin rodarse nunca.

El desamor que es verdugo de la expectativa.
Un océano en el que nunca haremos pié.
Una tortura impiadosa que nos descose la piel y nos arrastra a los rincones privados de abrazos.

Un destino en el que no alcanza con tener el alma llena de sutilezas para que se nos convide con una oportunidad en forma de caramelo.
No hay remedio, ni conjuro posible, que pueda convencer a quien no está enamorado.

Pero siempre nos quedan las palabras.
Será por eso que escribo.


Hecho catarsis por Blonda


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